Antes de que todo acabe...

Un espacio para la reflexión: "Los límites del lenguaje de una persona son los límites de su mundo..."

martes, septiembre 19, 2006

Más sobre la C.N.D.

De nueva cuenta quiero invitarles a leer algunos comentarios que han salido el La Jornada que de de manera magistral han salido a relucir sobre los acontecimientos sociales recientes.







Astillero

Julio Hernández López

Dos días claves



  • Cambio de símbolos
  • Un Grito de izquierda
  • Presidencia activa, no furtiva

Nadie entenderá nada si no asume que en dos días cambiaron los puntos de referencia y la orientación de la política mexicana. El viernes 15 fue la primera ocasión en que un gobierno de izquierda (el capitalino de Alejandro Encinas) encabezó una ceremonia institucional (el Grito de Independencia) arrancada a golpe de movilización a un gobierno federal como es el encabezado por Vicente Fox, que trasladó su estado de sitio adjunto a Dolores Hidalgo. El sábado 16 se formalizó un plan de desobediencia civil que, entre otras formas de rechazo a las autoridades formales surgidas de un fraude electoral, creó la figura de un presidente de la República que viajará por el país y encabezará luchas regionales y temáticas en busca de impedir que Felipe Calderón tome el poder el próximo 1º de diciembre y, en caso de que tal imposición sea consumada, de organizar la oposición y la resistencia a ese gobierno precario.

Dos días en que cambiaron los símbolos y los significados. El presidente de la República negoció el desfile militar por el Grito en Palacio Nacional y se fue a tierras guanajuatenses a lanzar vivas, sobre todo a las instituciones, mientras en la ciudad de México el mandatario local exaltaba la soberanía popular. Gobierno federal políticamente exiliado que, sin embargo, retuvo la atención convenenciera de la mayoría de los medios de comunicación, que dieron gran atención a un acto de pocos miles de asistentes, como fue el de Dolores Hidalgo, e ignoraron el masivo y activo de la Plaza de la Constitución. Noche de Gritos que fue confirmación estentórea de los Méxicos en curso: lo institucional, socialmente relegado pero mediáticamente exaltado, frente a lo popular, políticamente creciente pero mediáticamente ignorado. Fox y su esposa son empujados al retiro guanajuatense al que no quieren llegar, mientras Encinas, acompañado de doña Rosario Ibarra de Piedra y del rechiflado (es decir, que le rechiflaron mucho) Carlos Abascal, comparten balcón viendo hacia el Palacio Nacional, adonde a la izquierda no le permiten llegar.

El desfile también fue escaparate de la realidad inocultable. Desde el Zócalo capitalino, centenares de ciudadanos lanzaron consignas contra Vicente Fox y el fraude electoral, mientras la banda de música hacía esfuerzos de contundencia sonora para envolver los aires de protesta. Marcha de poderío armado frente a la que contrastan la debilidad institucional del foxismo y la enjundia opositora de los seguidores de López Obrador.

La convención nacional democrática no fue un ejercicio académico de discusión, y el sistema de votación a mano alzada entre multitudes nunca será el más detalladamente democrático, pero quienes fueron la tarde del sábado al Zócalo tenían decisiones tomadas y los resultados habidos reflejaron en términos generales el sentir colectivo salvo en puntos polémicos, como la inclusión de Carlos Imaz en una de las coordinaciones de trabajos futuros. Fue un error sin paliativos esa designación, pues ayuda a los adversarios del lopezobradorismo a sostener la tesis de que este movimiento se ha financiado de formas irregulares, como las videograbadas por Carlos Ahumada para dañar selectivamente a personajes del entorno del tabasqueño cuando era jefe de Gobierno.

Ya de por sí la nómina de los comisionados del movimiento andresino es suficientemente densa como para agregar una polémica designación más; son los riesgos del caudillismo cuyo gallo no sufrió la pérdida ni de una pluma en la convención que algunos esperaban pudiera convertirse en un programa discutido y compartido y no en una aclamación multitudinaria de acuerdos previamente impresos: una decisión de López Obrador, meses atrás, coló a Porfirio Muñoz Ledo al primer círculo del combate al foxismo al que el mismo PML había servido y aplaudido en campaña y en el gobierno. De nada sirvió el público y masivo rechazo a la reaparición del saltimbanqui de oratoria vetusta y rentable que forma parte de un elenco político igualmente criticable. Imaz no es personalmente ni un corrupto ni un camaleón político, pero las circunstancias de la política lo marcaron y un movimiento que se enfrenta a tan fuertes intereses como es el de López Obrador no se puede regalar el gusto de buscar una reivindicación individual a costa de descalificaciones generales.

La designación de AMLO como "presidente legítimo" es la clave para el futuro que correrá a gran velocidad de aquí al 1º de diciembre. El análisis mediático que dominará en lo inmediato la cartelera de paga insistirá en descomposturas mentales del tabasqueño. Un loquito seguido por hordas de resentidos sociales o de activistas pagados o movidos por promesas de ayudas posteriores, dirán muchos de quienes comentan u opinan en diarios y medios electrónicos. Será muy fácil insistir en el despropósito que anima a quien se declara presidente de México sin contar con sustento legal ni acceso al aparato de gobierno. La descalificación y el linchamiento continuarán, junto con el acrecentamiento del odio y la polarización sociales.

Pero el nuevo escenario político, las nuevas claves, no son tan sencillos ni predestinados como quisieran los defensores del sistema y los intereses predominantes. La presidencia activa de López Obrador es la mejor manera de oponerse, desgastar y tal vez impedir la presidencia furtiva de Calderón. Renunciar a esa posibilidad hubiera significado allanar el camino a Felipe y trasladar la inercia de la protesta conjuntada hasta ahora a fechas casi improductivas como serían la primera quincena de diciembre o la segunda de enero de 2007. López Obrador mantendrá vigencia política (y presencia en los medios, aunque sea negativa, condicionada y adulterada) y eso es lo que más irrita a sus adversarios, que si lo vieran irremisiblemente derrotado ni caso le harían.

México vive una crisis política y la supervivencia de López Obrador (así sea con figuras discutibles, como la de "presidente legítimo") impide que esa crisis sea resuelta, como otras anteriores, mediante arreglos de cúpula. La corriente social aglutinada alrededor de AMLO mantiene peso y presencia que podrán crecer si continúan los errores de Fox y Calderón, pero que también podrían naufragar si el caudillismo, el pragmatismo y la poca discusión real continúan siendo sus características predominantes. ¡Hasta mañana!

Fax: 56 05 20 99 juliohdz@jornada.com.mx







Javier Oliva Posada

¿Cómo llegamos a esta polarización?

Un grave error en la política de todos los tiempos ha sido menospreciar al adversario, pero ignorarlo es la negación de la política misma. Si se cree que con descalificaciones o con alusiones indirectas se causa mella o se debilita al contrincante, todo indica que sucede lo contrario. Venimos de un proceso electoral en donde las partes sustanciales, es decir, autoridades, candidatos y partidos políticos, han incurrido y actuado de forma errática e inclusive contraria a los valores de la democracia que tenemos en México. Esta mala obra ha sido el resultado de un esfuerzo colectivo propiciado por la ausencia de demócratas que reconozcan límites y diferencias entre el ejercicio del poder público y los intereses de grupo y personales.

En estos días pocos pueden sorprenderse de que hayamos llegado hasta acá: abusos en y desde el poder, constantes violaciones a la ley electoral y al marco jurídico; simulaciones o montajes de acciones con pretensión de democráticas para dar apariencias que no resisten la menor prueba; discursos insustanciales; propuestas reiteradas sin viabilidad de ser cumplidas; personalismo antes que visión de futuro (ya no digamos de Estado) y así podría hacerse una larga, muy larga lista de fallos, omisiones e intromisiones. Las consecuencias las tenemos a la vista. Hemos llegado al difícil punto de la polarización. De un lado y del otro, me refiero a los entornos de operación política de Felipe Calderón y al de Andrés Manuel, lejos de procurar superar la contingencia poselectoral -que concluyó formalmente con la calificación de la elección- se abundan en los ataques o peor aún, en el desconocimiento a la fuerza que el adversario tiene.

Detrás de cada uno de ellos, hay millones de votos, cierto. Pero también hay, asentadas expectativas respecto de lo que será el futuro de México. Los dos deben recordar que no obtuvieron la mayoría simple de la votación. Que con sus defectos y limitaciones, ese es el sistema electoral que tenemos y bajo tal debemos actuar. Por eso, es muy riesgoso que sigamos como sociedad por la ruta de la confrontación y el desconocimiento. Ni una ni otro son prendas que avalen la nueva etapa plural, tolerante y deliberativa que buscamos; la notable incapacidad de la clase política se ha transformado en negación de la realidad. Los procesos electorales por venir demandarán actuaciones quizá menos espectaculares, pero más sensatas y prudentes. Pero con toda sinceridad, ya parece tarde para recapacitar. Se instalaron, espero que por poco tiempo, los argumentos de la exclusión por principio: estás con nosotros o contra nosotros. Por eso, los llamados a la mesura emergen como muestras o bien de debilidad o de supuesta complicidad (y por tanto de traición) con alguna de las partes.

Salir de esta coyuntura de confrontación va a reclamar, dado que los principales responsables no tienen o no dan muestras de disposición, acciones que atemperen los ánimos mediante propuestas que vayan directamente al fondo del asunto. Y los temas son muchos, y sin prioridades: reforma del sistema de partidos a la ley electoral, análisis de la política fiscal, revisión de las facultades del Presidente de la República, nuevas reglas para el federalismo, ajustes al marco jurídico de los medios de comunicación electrónicos, políticas públicas que atiendan a las principales demandas sociales en el corto plazo, atención al rezago educativo, medidas contra la inseguridad pública, certeza en la administración e impartición de justicia.

Un papel central, como se deduce, será el que desempeñe el Poder Legislativo. Desde allí y desde ahora, sin más retraso por el tema de las comisiones de trabajo, habrán de atenderse aquéllos y otros problemas. Así, estaremos en condiciones para recordar, que la principal característica de la política, es construir acuerdos.

javierolivaposada@prodigy.net.mx






Octavio Rodríguez Araujo

Doble poder

Una cosa es representar a la oposición y otra representar a un gobierno legítimo y popular. La primera, como bien señaló López Obrador el 16 de septiembre, sería aceptar que Felipe Calderón ganó y que se le presenta oposición, como la de un partido que pierde en una elección. Parece un matiz sin importancia, pero no lo es.

Cuando hay una elección unos ganan y otros pierden, así ha sido siempre. Pero si se gana a la mala, violando la legislación vigente, cometiendo fraudes y calificando la elección por consigna y no por razón y objetividad, no hay ganador pero tampoco perdedor. En una elección legal, equitativa y transparente el que gana, aunque sea por un voto, se convierte en gobernante y el que pierde se convierte en oposición. Cuando, por ejemplo, el PAN ganó en 2000 el PRI pasó de partido gobernante por siete décadas a partido de oposición. Ahora no es así. Hay oposición, desde luego, pero no sólo al gobierno de Calderón si logra tomar posesión, sino al proceso que lo ha convertido por ahora en presidente electo espurio.

El matiz introducido por López Obrador es tan fino como efectivo. Se es oposición, sí, pero al mismo tiempo no, pues si se reconoce ser oposición se estaría reconociendo el triunfo de Calderón y se estaría avalando el proceso electoral en su conjunto, incluida su calificación por el tribunal electoral.

No. Lo que se plantea es otra cosa. Habrá, en el peor de los casos, un gobierno espurio y otro legítimo. Dos gobiernos, uno de las instituciones cuyos titulares traicionaron al usarlas en su provecho, torciendo las leyes, y otro que ha sido elegido, sin presiones de ninguna clase, en la convención nacional democrática instalada el 16 de septiembre en el Zócalo de la ciudad de México, con la representación de todas las entidades de la Federación.

Se dirá que no hay modo de saber si la elección de AMLO como presidente legítimo es de veras mayoritaria. La duda está ahí, cierto, pero no menos cierto es que tampoco se sabe si Calderón ganó la elección del 2 de julio. El Instituto Federal Electoral (IFE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se negaron a que se contaran todos los votos (el IFE sigue negándose con argucias legaloides), y con estas actitudes dejan en el aire la incertidumbre sobre el resultado de los comicios. Lo que sí sabemos es que los aparatos del actual Estado mexicano han querido y quieren imponer al ex candidato del PAN y que hicieron todo lo que pudieron por impedir que AMLO fuera presidente. Pero también sabemos que una amplia representación popular y nacional, por su lado, votó mayoritariamente (no por unanimidad) que el ex jefe del Gobierno del Distrito Federal sea el presidente de México, el legítimo por encarnar la voluntad del pueblo representado en la convención nacional democrática.

La situación no es inédita en la historia de México, pero las analogías no explican nada, sólo ilustran. Estamos en presencia de un doble poder potencial, gracias a la torpeza y a la necedad de quienes encabezan las instituciones de la República. Si las campañas electorales y la elección misma hubieran obedecido a los principios constitucionales de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad, no estaríamos viviendo la situación de crisis (y esperanza) del momento. El doble poder es resultado de la miopía de quienes actuaron por analogía y no con parámetros de realidad. Pensaron que las cosas serían como en 1988, cuando ante el gran fraude gubernamental, obvio para casi todo mundo, la oposición aceptó ser oposición a secas para reconstruirse y tratar de ganar en elecciones futuras, en lugar de responder ante el fraude con el pueblo burlado. En aquel entonces el líder prefirió la resignación y el reconocimiento de las instituciones, como si éstas fueran entidades abstractas e indeterminadas, y no la lucha por lo que burdamente se le había arrebatado, al líder y al pueblo que lo apoyaba. Pero la historia no se repitió. Ahora hubo y hay un líder que no se dejó y que oyó con cuidado al pueblo que tampoco quiso dejarse y aceptar la imposición. Por esto hay un doble poder, no por analogía, no por imitación, no por capricho, no por afanes protagónicos de nadie. El doble poder, insisto, lo han producido los que no conocen ni asumen la historia de nuestro país ni la fuerza de la voluntad popular. El doble poder, que finalmente se resolverá con la derrota de uno de los dos, es resultado, por un lado, del desprecio al pueblo, y por otro lado de un pueblo y un líder que dijeron "no a la imposición".

Este desprecio al pueblo es típico del pensamiento conservador, de quienes creen que la política es arreglo cupular en salones aislados del ruido. Bajo estas creencias concluyeron, erróneamente, que un líder es por definición un manipulador de masas (que los hay y los ha habido) y no la persona que esperaban millones de mexicanos hartos de que les vean la cara y les den atole con el dedo. Un verdadero líder, para serlo, tiene que ser no sólo apoyado sino creíble para quienes lo apoyan. Un verdadero líder es el que marca la agenda política y social de un país. Un verdadero líder es el que, aunque no quieran, deviene referente ineludible hasta de sus enemigos, como ha ocurrido desde hace más de dos años entre la gente del poder. Esto es un líder, y porque es un líder reconocido, es que ha sido elegido presidente legítimo del país.

El pueblo tiene la palabra y llegará hasta donde quiera, con un líder que reiteradamente ha dicho que no lo traicionará, que no se venderá y que no será víctima del temor o la cobardía.

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