Antes de que todo acabe...

Un espacio para la reflexión: "Los límites del lenguaje de una persona son los límites de su mundo..."

jueves, septiembre 28, 2006

La Jornada de hoy...

Algunos comentarios en La Jornada de hoy:

Astillero

Julio Hernández López

A golpe de Yunque

  • URO y FC, suertes atadas
  • Equipo calderónico Lily Ledy
  • Oaxaca y la visión neroniana


Los dos puntos rojos de la política nacional son Ulises Ruiz y Felipe Calderón. A uno le impiden asomarse siquiera a las calles de la capital del estado que dice gobernar, mientras al segundo le protestan incluso en presuntos santuarios del conservadurismo, como sería la ciudad de Guanajuato. Pareciera compartir una suerte amarga el par de impugnados a quienes persigue el fantasma del fraude electoral (el oaxaqueño es ampliamente reconocido como un gran maestro de mapachería que, sin embargo, ganó por pequeña y altamente dudosa diferencia oficial a Gabino Cué; de Calderón poco hay que agregar a lo que diariamente se le dice y grita). Y es que permitir la caída del primero significaría alentar el movimiento que busca impedir que el segundo asuma el poder pero, al mismo tiempo, éste, el michoacano, sólo podría llegar a Los Pinos si conflictos sociales como el de Oaxaca son desactivados de la manera menos cruenta posible, es decir, sacrificando al gobernador en fuga y negociando con los grupos civiles desbordados.

El grito de "¡presidente espurio!" soltado en la sesión solemne de toma de posesión de Juan Manuel Oliva como gobernador de Guanajuato demuestra que Calderón está en un camino de inhabilitación oficial hasta para ceremonias protocolarias bajo control militar y partidista. Si eso le sucede al PREP (presunto presidente) en los dominios de El Yunque (el gobernador saliente, Juan Carlos Romero Hicks, se hace llamar Agustín de Iturbide en las sesiones secretas de esa organización de ultraderecha) es de suponerse que la ruta rumbo al primero de diciembre estará marcada por protestas que, contra los cálculos alegres del kindergarten político de Calderón, no han amainado e incluso cada día se hacen más duras y resistentes. Es posible, sin embargo, que ni siquiera sean sólo esas protestas en sí las que mantienen en jaque al michoacano casado con la señora Margarita, sino la diariamente confirmada precariedad analítica, estratégica y ejecutiva de un supuesto mandatario que se mueve por la pasarela de las apariencias (lo mismo las bodas o los bautizos que las ofrendas florales o las ceremonias de corte electoral o de gobierno) con un sostenido aire furtivo, un discurso contradictorio y aguado, y una actitud corporal y anímica propia de quien va perdiendo por goleada un partido del que sólo se espera un muy distante silbatazo final. A Calderón y a su equipo Lily Ledy (muñecas y muñequitos) les falta creatividad política: asidos, cual náufragos comedores de patos en alta mar, a la presunta balsa milagrosa en forma de acta de mayoría de votos y declaración de validez electoral, creen posible llegar a tierra firme con el simple pasar del tiempo que según eso todo cura y hace olvidar.

La política de almanaque (ver pasar los días en espera de que, a pesar de todo, llegue el momento soñado, ¡oh, sí!) se enfrenta sin embargo a la política de incendio que el dinamitero saliente pretende dejar al sedicente relevo. Vicente Fox trabaja con sospechosa aplicación día tras día para construir escenarios de espanto a cuyo centro desea instalar al actor de (poco) carácter llamado Pelencha (el orden de los factores declarados por Manuel Espino no afectan el producto: chaparrito, pelón y de lentes, describió el presidente del PAN a quien entonces era candidato presidencial). El más explosivo de esos foros es evidentemente el de Oaxaca, donde el esposo de la señora Marta pretende cumplir pactos con el priísmo sosteniendo a uno de los preciosos gobernadores de este México coñaquero, al muy repudiado Ulises Ruiz. Sostener al tal Ulises sólo será posible mediante un baño de sangre en Oaxaca, pero ese escenario de diazordacismo potenciado parece ser altamente apetitoso para un presidente neroniano (Pasta de Conchos, Atenco y Ciudad Lázaro Cárdenas son algunas de las hojas que forman su corona) que sueña con ejercer maximatos (a pesar de haber sido un presidente minimalista) sobre un apocado sucesor sometido en la fotocopiadora política, a pesar de la breve talla de origen, al formato de reducción.

La suerte del empresarial Fel IP (de por sí complicada por la multiplicación de las protestas en su contra) parecería entonces sujeta al ejercicio de la fuerza pública. Frente a la astucia de sus opositores que se cuelan por doquier, no parece ser suficiente la desmedida cobertura militar que se le da en cada acto público al que asiste (no faltan especulaciones en que se habla de que los militares no están nada convencidos del uso de la fuerza para enfrentar diferencias que debieran ser resueltas mediante la política). Pero tampoco parecen encontrar esos panistas acorralados más salida para los muchos conflictos sociales provocados por el foxismo (que toca la lira frente a la Roma incendiada) más que el uso ejemplar de la fuerza pública para -ellos creen- apaciguar los ánimos sublevados y abrir camino al paso libre y vitoreado de quien entonces sería entendido como el verdadero salvador de la Patria Ordenada (a golpes) y Generosa (con los grandes empresarios), el gran Felipe de las manos impías que habría de resucitar políticamente de entre los muertos (Franco y Pinochet aplaudirían, uno desde la tumba, el otro al borde de ella, íntimamente gratificados).

Oaxaca es, pues, la clave. Represión o diálogo. Alianza escatológica con el PRI para sostener a Ulises o golpe de timón que tire al tricolor para tratar de preservar al blanquiazul. Suerte compartida del par de impugnados que hoy constituyen los puntos rojos de un mapa político y social caliente.

Y, mientras hoy son vistas y oídas en la Otratele (en la página de Internet de La Jornada) la crónica y las entrevistas con dirigentes de la marcha oaxaqueña que se dirige a la ciudad de México (realizadas por el único periodista del Distrito Federal presente en esa caminata, Juan Bautista) y, ¡por fin!, la entrevista completa con Víctor Hernández, del Sendero del Peje, más los escuálidos comentarios políticos del día hechos por este tecleador convertido en voceador nocturno, ¡hasta mañana, en esta columna que ya ve en las próximas elecciones al doctor Simi convertido en candidato independiente (la política como muy redituable negocio de varios personajes de apellido González Torres: del Niño Verde a VGT)!

Fax: 56 05 20 99 juliohdz@jornada.com.mx



Luis Linares Zapata

Lluvia de denuestos

Los motejos que le sorrajaron durante la campaña no fueron suficientes. Los temores a su imaginación y accionar obligan a un ensayo adicional para sepultarlo. A López Obrador le dijeron populista, provinciano, demagogo, autoritario, peligro para México y, trepados a un inquisitivo y penetrante diván siquiátrico a distancia, le diagnosticaron el culterano y estúpido calificativo de mesiánico. Las circunstancias actuales de plena acción protestataria han requerido algunos de nueva manufactura que lo describa: cacique, dictador, tirano, tramposo, embaucador, payaso y hasta bufón. La violencia del lenguaje no repara en medios a usar cuando de salvar privilegios se trata. O, más allá todavía cuando está en juego la conservación de un cargo público ambicionado con pasión. Entonces, cualquier indignidad disfrazada de crítica vale. Sus voraces denostadores continúan lanzándole epítetos en la medida en que avanza y se bifurcan las propuestas políticas del tabasqueño. O tal vez sea, solamente, un miedo atroz al populacho que lo respalda lo que encrespe las aguas y se enterquen en combatirlo con delirio rayano en la fobia, en enfermiza cólera.

La cristalización de sus ideas en formas y maneras precisas para conducir la energía desatada por el conflicto poselectoral se puede observar a simple vista. La primera de ellas es la convención nacional democrática. La segunda concreción apunta hacia el frente amplio democrático, semilla de un posible partido de izquierda que dé peleas electorales futuras ante la atornillada derecha panista que intenta retener la silla presidencial por lo menos, dicen sus profetas, unos 20 o 30 años más.

Pero lo preocupante para muchos observadores acuciosos y no tan vanidosos, livianos, frívolos, interesados o fundamentalistas, es la decisión de AMLO de embarcarse en un movimiento de transformación que servirá de sostén masivo a sus proyectos para depurar la política, para empujar programas de gobierno y para fortalecer sus protestas contra la enajenación de la riqueza nacional.

La movilización de la sociedad, en especial de aquellos sectores de la misma que sobreviven en apreturas sin fin, de los que amamantan agravios continuos, los que atisban -con rabia- el achique continuado y feroz de sus oportunidades, además de ser un fenómeno desconocido en el país, se le mira con recelo, con ira, con pavor envuelto en desprecio. Buscar, en compañía de los de abajo, los desamparados, de los grupos ya organizados para su autodefensa, de los que han llegado a la conciencia y el deber de impulsar un cambio de cosas es, para muchos observadores exquisitos, o para esos infantes terribles de la verdad académica, una utopía digna de un salón de fiestas infantiles.

La decisión de AMLO de recorrer este México de las desigualdades se presenta, ante la comunidad de los que se han catalogado a sí mismos como pacíficos, una aventura sin sentido. Afirman, con el desparpajo de la cómoda distancia del cubículo, que AMLO y los que le siguen el cuento, han caído en la rueca sinfín de una república entre comillas, es decir, inexistente, fantasmagórica, poblada de fantasías, concupiscencias y delitos. Un territorio en el que no cabe la realidad, apenas el sueño que se inventa una mente calenturienta para disfrazar sus incapacidades, para dar rienda suelta a su megalomanía.

Así de sencillo y colorido es el exorcismo que se practica por estos días en los medios de comunicación, en los salones distinguidos, en los foros internacionales donde figurones de la literatura ponderan sin recato, con exabruptos y mínima sensibilidad. Ahí es donde exhortan a López Obrador, y compañeros de aventura, a que dejen las payasadas, eviten causar pena ajena, se distancien del ridículo. Eso de autonombrarse presidente itinerante en pos de organizar (lo que algunos llaman) el descontento que bulle por doquier, es un simple antídoto de la derrota sufrida en las urnas. Tratar de dar voz a quien se le acerca sólo para engatusarlos con sus problemas irresolubles es una comedia que a nada conducirá, concluyen satisfechos de su hallazgo verbal. Como si tal conjuro los pusiera a salvo de cualquier consecuencia indeseada. Como si, una vez dichas, las palabras encajadas en el ya muy macerado cuerpo de AMLO pudieran salvaguardar los intereses que defienden y que ven en entredicho si las masas, efectivamente, responden al llamado del predicador pueblerino y su movimiento transformador.

Mientras esto sucede, el oficialismo se lanza sin tapujos a sus propias urgencias: las famosas reformas estructurales. Reformas retenidas, saboteadas por los necios e irredentos opositores a todo. Las mismas que entrevió Salinas, pero que no pudo formular, quizá por simple incapacidad o falta de tiempo. Las que le impusieron a un Zedillo (por lo demás ya bien convencido de ellas) desde el Washington de William Clinton cuando le aflojó aquellos 30 mil millones de dólares que salvaron al régimen de la catástrofe. Las meras reformas estructurales que Fox persiguió en sus prozaicos sueños de vendedor estrellan en el universo cocacolero de donde no debió de haber salido, y que no las pudo ni presentar en forma debida ante el Congreso.

Esas mismas reformas, embalajes de los más descarnados intereses trasnacionalizados, las de las aspiraciones eficientistas de los tecnócratas del priísmo cómplice, ya desplazados, pero con arrestos por volver, como Macarthurs de bolsillo, a difundir su chato evangelio entreguista. A esas reformas han dedicado sus primeros pasos, nacionales e internacionales los que se afanan en formar parte del nuevo gobierno. Lo nuevo, lo distinto de antes, es el grado de tolerancia límite al que buena parte de la sociedad mexicana ha llegado respecto a las injusticias, a las desigualdades, a la aplicación desviada del derecho y el cómplice desuso de las instituciones.




Carlos Martínez García

El cardenal en su laberinto

Cuando ya pasaron los días de calores el cardenal Norberto Rivera comenzó a sudar copiosamente. Así lo muestran las fotografías de su conferencia de prensa, en la cual aseguró que nada tiene que ver con el sacerdote Nicolás Aguilar Rivera, acusado de pederastia ante cortes estadunidenses. Como es la costumbre del clérigo, en su encuentro con los medios no dio explicaciones, sino que se puso a pontificar.

Mucho más que pontificaciones necesitará Rivera Carrera para convencer a su acusador, Joaquín Aguilar, de que es totalmente ajeno a las redes encubridoras que hasta ahora han logrado que el cura abusador sea llevado ante las autoridades judiciales. Porque en este asunto existen claras evidencias de que el sacerdote Aguilar Rivera sí abusó sexualmente de varios menores y adolescentes. La nota de Alma Muñoz sintetiza las depredadoras andanzas del cura (La Jornada, 25/8/06). Lo hizo en localidades poblanas (cercanas a Tehuacán, donde Norberto Rivera encabezaba la diócesis), y los casos fueron conocidos, pero la tibieza de las autoridades eclesiásticas y civiles se confabuló para permitir que el ofensor gozara de libertad. Lo mismo perpetró sus ataques en California, donde los padres de 26 menores lo acusaron formalmente. Cuando comprobó que allá las acciones de la justicia iban en serió contra él, Nicolás Aguilar Rivera regresó a México y en 1990 y 1994 fue acusado de incurrir en su ya antes evidenciado gusto sexual por los infantes. Reapareció en Tehuacán, Puebla, y a finales de 1997 "cuatro menores, junto con sus padres y familiares, acudieron a la agencia del Ministerio Público de esa ciudad para denunciar al religioso como presunto responsable de abusos sexuales en su contra, como parte de un grupo de 60 menores de entre 11 y 13 años de edad". Aquí y allá suman casi 100 denuncias, y los jerarcas católicos nos quieren hacer creer que desconocían los ataques del sacerdote Aguilar Rivera.

Habilidoso como es, el cardenal Rivera asegura que los abusos cometidos por el cura itinerante, en particular los que tuvieron lugar en la jurisdicción de la diócesis de México (el caso del denunciante Joaquín Aguilar, entre ellos), sucedieron cuando él no era la cabeza diocesana, y que por lo tanto no entiende por qué es señalado de encubridor. Para la respuesta es necesario ir hacia atrás. Resulta que para ser recibido en la diócesis de Los Angeles, Nicolás Aguilar Rivera contó con las recomendaciones de Norberto Rivera Carrera. Cuando allá el sacerdote abusador reincidió en sus gustos y se levantaron las denuncias de los afectados, la máxima autoridad diocesana angelina, el cardenal Roger Mahony, reclamó a Norberto Rivera el hecho de que no le hubiera advertido de la debilidad del cura mexicano por los menores de edad. Y es aquí donde está el punto de la actual acusación que hizo Joaquín Aguilar en un juzgado de Los Angeles. Al no advertir el cardenal Rivera, a su similar estadunidense Roger Mahony, del problema del párroco para quien se solicitó lugar en la diócesis de la importante ciudad californiana, entonces se expuso a los feligreses infantes bajo su responsabilidad a peligros de abusos sexuales, los cuales en varios casos sí se perpetraron.

La falta de advertencia de Carrera Rivera a Mahony permitió al pederasta no solamente continuar con sus delitos allá, sino que contribuyó para que al regresar a México Nicolás Aguilar pudiera incorporarse sin problemas para ejercer el sacerdocio en la ciudad de México. Es decir, según el razonamiento de quien hoy señala al cardenal Norberto Rivera de "conspiración a la pederastia" (según la terminología jurídica usada en California) por hechos sucedidos en 1994 (el abuso sexual por parte del clérigo Aguilar Rivera en contra de Joaquín Aguilar, entonces de 13 años), el delito se cometió porque teniendo el poder para evitar que el abusador siguiera en el sacerdocio, y conociendo información sobre el historial del sacerdote en cuestión, simplemente el cardenal Norberto Rivera hizo caso omiso y hasta buscó acomodo para el sacerdote problemático. Esto es lo que tendrá que aclarar el conspicuo integrante del clero mexicano, cuánto sabía y por qué actuó como lo hizo. Su acusador dice que sabía mucho y argumenta tener las pruebas de ello.

La sudoración cardenalicia, más que evidente en los pocos minutos durante los cuales leyó su comunicado ante los reporteros, tal vez se deba a que la acusación legal tiene lugar en una corte de Los Angeles y no en instancias más a modo para el alto funcionario clerical. Para infortunio de Norberto Rivera asuntos parecidos al suyo ya han sido decididos a favor de las víctimas en diversos lugares de Estados Unidos. Aquí el cardenal solamente recibe caravanas y deferencias de autoridades gubernamentales, por ejemplo del secretario de Gobernación y de otros funcionarios dependientes de esa oficina.

El cardenal Rivera Carrera tiene los mismos derechos que otras personas: es inocente mientras quien lo acusa no demuestre fehacientemente su culpabilidad. Pero también tiene las mismas responsabilidades y obligaciones que los demás, por lo cual tiene que responder a su acusador con argumentos y no con descalificaciones ni con amenazas veladas, amparado en un fuero clerical que no puede tener cabida en el México de nuestros días.

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